martes, septiembre 19, 2006

Y bien, morimos *

Y bien, morimos.
Millones de años
para la muerte, para una dignidad
extraña, en cierto modo
ajena. Pero el tema es más ambicioso
que el pensamiento
y se pudre allí mismo.
Quizás hay un error
de pespectiva en todo esto;
especulaciones, sistemas,
estructuras mentales
y el terror debajo. Pero antes
hemos pedido vino
y marchitas
vimos caer las uvas. Morimos,
algo extraño,
pero siempre después.
Y sin embargo hay hombres,
hombres en todas partes,
sobre todo en la tierra.
Multitudes, máquinas,
cerebros secos al amanecer,
el viento, una rosa en la mesa
y café. Todo esto
consagrado a la luz; la muerte
no es natural.


Joaquín Giannuzzi

* de su primer libro, Nuestros días mortales (1958), incluido en Obra poética, Emecé, Buenos Aires, 2000 (atención: actualmente en saldo en la librería Dickens.)

viernes, septiembre 08, 2006

Jornada

Dediqué la tarde a ver estrenos de cine argentino. Decidí trasladarme hasta las salas del Gaumont. Cuatro mujeres descalzas y Sofocama, dos films bastante buenos -aunque lo más probable es que yo estuviera en un día receptivo para el cine-, en especial el primero, de Santiago Loza, sobre el que me propongo escribir algo para revivir este conejillo olvidado. Si el primer film de Loza, Extraño, resultaba un largometraje fallido, una suerte de ejercicio estirado en el que el tono melancólico se vadeaba hacia el patetismo y recaía en vistosos retruécanos de cámara y primeros planos sobredramatizados (planos que hablaban de un cine que en cada trazo dejaba estela de sus intenciones), en su segundo largo, como si hubiera excavado sobre el primero para corregir sobreentendidos, obtiene con los mismos vicios -o virtudes- un resultado opuesto: una película sólida y enigmática. Si en Extraño predominaba cierta dispersión dramática, cierto esoterismo que en vez de extrañar explicitaba una sed estética, en éste segundo la narración se ajusta a una anécdota desafiante para resolver esa misma sed: cuatro mujeres comunicadas por la angustia en espacios contiguos. El film termina retratando una cosmogonía que alterna intimidad femenina y escoria de paisajes urbanos.

Este modo de ceñirse a un universo, con completa conciencia y dominio estético, sin empantanarse en la particularidad de los actores -que en los primeros planos siempre representan el pasado y no el presente del personaje en cuestión-, hace de Cuatro mujeres... un film nítido, de universo sutil y complejo que justifica con creces un despliegue narrativo moroso. Además asombran diálogos que de tan naturales parecen delirantes y actuaciones logradas.

Ahora pienso que el salto cualitativo entre estos dos film quizás se deba a que en el último, aunque la historia también sea delgada, el guión esté elaborado exhaustivamente y ancle mejor ciertos detalles y recursos que el mismo cineasta manejaba pero quedaban desflecados en el montaje. Los tiempos y las viñetas teatrales de Fassbinder, y las atmósferas despojadas del Pedro Costa de No cuarto da vanda, ahora sí parecen subyacer en el estilo de Loza.

Mientras en el café del Gaumont hacía tiempo para la función de Sofacama, segundo film de Ulises Rosell, hojeé el suplemento espectáculos de Clarín y me topé con una reseña sobre la película que acababa de ver. El crítico de turno pensaba que Cuatro mujeres... no era un filme tan logrado como Extraño. Vaya tipo. Había escuchado al salir a tipicas señoras de matinée renegando del film porque no se entendía, pero ésta vez nada era tan divergente y extraño como la opinión de un calificado.